La bolsa de la compra

Podría sonar a incoherencia, mas yo recuerdo aquellos días como los más entrañables de mi infancia. Incluidas esas tardes en las que nuestros padres nos castigaban sin merendar haciéndonos creer que era en reprimenda por habernos portado mal. Pero es que la actitud y el tono eran tan sin enfado que mi hermana y yo seguíamos jugando al parchís, como otras veces, sin darnos cuenta de que eran excusas y una casualidad que, siempre que nos castigaban, el frigorífico se encontraba vacío. Entonces salían los dos a la calle, advirtiéndonos… —ahí sí que se ponían serios—, que no abriéramos a nadie. Que esperásemos a que ellos volvieran. Y que cuidáramos de Toñín; que correteaba feliz en su triciclo sin enterarse apenas de sus ausencias. Al final siempre volvían con comida. Hasta esa vez en que solo regresó papá. Sudando mucho, con los ojos muy rojos y la pistola de Toñín asomando por el bolsillo de su abrigo. Echábamos mucho de menos a mamá, pero también nos daba mucha pena papá, sobre todo cuando salía a jugar fuera, con la pistola, él solito.

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