Me paso la vida amándote. No hago otra cosa que soñarte. Hurgando en tus rincones…, pero mi pasión se doblega cada vez que suena el timbre de la puerta.
Entras. Mis ojos hambrientos husmean debajo de tu blusa. Tú apenas me miras. Coges la pizarra. Mis manos viajan por tu cuerpo. Te sientas con desgana doblando tus kilométricas piernas.
Recuerdo que antes… las cruzabas despacio. Me descubrías un paisaje desnudo al que mi lengua embriagada y lasciva sucumbía sin voluntad. Ahora no. Ya nunca juegas a esconderlas en el bolsillo de mi pantalón. Ahora siempre las llevas puestas.
Empezamos los ejercicios del logopeda. Y mientras yo muero por ser la tiza en tus dedos y fri-go-ri-fi-co; som-bre-ro; ar-bo-le-da, en tu boca, tú bostezas aburrida vigilando el tiempo en tu muñeca.
Sé que te cansarás muy pronto de empujar mi silla. En cuanto mis pies, huérfanos de pasos, dejen de ser tu remordimiento, compromiso y culpabilidad. Pero hasta entonces, ¡qué te costará mentirme un simple «te quiero»!
Relato presentado en la Lemca (Liga de Escritores de Microrrelatos por Comunidades Autónomas), las zonas picantes son exigencias del guión.
Me gustó cuando lo leí en la LEMCA y también ahora.
Se nos acaba la liga ya, pero ha sido una buena experiencia.
Un abrazo, paisana.
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Gracias paisana…
La LEMCA me está encantando –nos queda un viaje todavía–, sacarle jugo a la comunidad, de donde eres o vives, está siendo un bocado muy apetecible. Sin duda, Jams se lo curra.
Un besazo enorme, Margarita.
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Qué bonito y picantón (como se dice por aquí), con ese final inesperado. Me ha encantado.
Besicos muchos.
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