Entra en la habitación y me penetra con sus ojos, sabe que voy a pedírselo, otra vez, mil veces más. Y aunque no tengo apetito, nunca lo tengo, intento comer algo, por ella. Cuando sale con la bandeja medio llena, me invade el recuerdo de cómo sabe un escalofrío: el de sus caricias recorriendo mi cuerpo. Pero un instante después, la realidad se me encara y hasta la maldita quietud de mi habitación se convierte en un infierno.
Desde la mesilla el viejo Boby me observa y me recuerda lo mucho que a mí me costó en su día, dar ese paso. No quería, pero lo hice. Por él. Por eso a ella no se lo reprocho. Sé que no se atreve, dice que no quiere perderme que me quiere demasiado y yo le contesto, que por eso mismo. Y aquí sigo, consumiéndome en la espera de que encuentre a alguien que se preste a hacerlo, por ella… por mí.
La imagen la he tomado prestada de internet