Lleva toda la mañana triste y al ir a colgarse el bolso se le ha escapado un gemido de dolor. Se ha ido a trabajar sin mí y me ha cambiado por otro, claro, después de lo de ayer yo también ando algo resentido. Al menos hoy no tendrá que ocultar su cara, sus lágrimas se confundirán con la lluvia.
Anochece y el otro deambula nervioso por la casa. Las baldosas del pasillo tiemblan. Su reloj tirita ante un acoso constante. Cuando por fin aparece la increpa fuera de sí. Ella recula asustada y acorralada de espaldas a la puerta trata de defenderse: que no ha sido culpa suya que salió más tarde del trabajo y perdió el autobús. Entonces me saca del paragüero y me levanta en alto…
Cómo me gustaría llevar un arma secreta dentro de mí, como la del protagonista con traje y bombín —el de aquella serie de los años sesenta—, y acertarle de lleno en el corazón.
Pero esto no es una película.
Ayer me rompió dos varillas. Hoy sé que me dejará inútil, para siempre.
La imagen la he cogido prestada de la red, incluido el pie de foto.
Muy Bueno Rosy. Un abrazo con el mar de fondo como recuerdo. Mercedes
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Tu visita, Mercedes, una agradable sorpresa tan buena como el sabor que dejaste en mí…
Abrazos llenos de sol y sal.
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¡Qué buen microrrelato, Rosy! La voz del paraguas y su tono al principio parece simpático, enseguida te adentra en la cruel realidad y al final: «las varillas rotas» . Cuánto dolor entre líneas y cómo me enerva esa brutalidad. Muy ingenioso ese desdoble metafórico de la protagonista en el paraguas.
Un abrazo, Rosy.
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María Pilar, encantada de verte por mi casa. Un ratito de estos me acerco por la tuya. Muchas gracias por tus enormes palabras.
Un abrazo grande.
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