Me desperté desazonada recordando las noticias sobre esa chica a la que habían destrozado la vida. Y según bajaba a desayunar pensaba en mi vecina, y en sus tres hijas, y al tiempo que me lamentaba por ella, me alegraba de no tener su suerte.
Mis hijos preparaban el desayuno en la cocina. Le abrí a un sol que pedía entrar por la ventana y por la que se colaron también las risas de las jóvenes que se hallaban en el jardín. Mientras desayunábamos propicié la conversación. El de 17 opinaba que eso era de sinvergüenzas. Jaime, dos años menor, que eso no se le hacía a una chica. Cuando el mayor condenaba tamaña barbaridad, las risas vecinas mutaron en algarabía y una voz sobresaliente viajó hasta nuestras tostadas pringándolas de desconcierto…
«No tienes ni idea, Marita, esa nos está troleando, te lo digo yo, ¡no quiero imaginarme la clase de padres que tendrá!».
Seguidamente, otra voz, más alterada y socarrona, aterrizó sobre nuestros cafés, zumos y colacaos, transformándolos en sorbetes y granizados de asombro y perplejidad…
«¡Que ésta es una ingenua, hermanita, y la otra una zorra, anda que no se lo pasaría bien montándoselo con los cinco!»
Duro y real relato Rosy. Elaborado como si una gran receta fuera.
Me ha gustado mucho.
Besicos muchos.
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Encantada Nani, y muy agradecida, por tu visita.
Un enorme beso.
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