«Verá usted, acababa de darle el sí, pero mis dudas iban en aumento y necesitaba conocerlas, a todas ellas.
A la primera le escribí un mail. Me hice pasar por una antigua compañera del instituto. Su texto era inteligente, ingenioso y astuto. Su caligrafía excelente; cada punto, coma y acento, en su lugar.
Con la segunda opté por una llamada. Me hice pasar por una vendedora de libros. Su voz sonaba cálida, argentada, inteligente y culta. Con mucha clase.
Con la tercera quise coincidir en una cafetería. Porte distinguido, elegante, muy atractiva. Con don de gentes.
No entendía que hubiera dejado a esas mujeres, como el que tira una colilla, tan preparadas, guapas y bien posicionas. Cuando le pregunté me espetó sin tapujos…
—Querida, porque tú careces de algo que ellas tienen: Madre.
Lo hice por ellas, por mis futuras hijas. Y decidí quedarme viuda, Señor juez».