¿Fingir?, no eternamente.

Invité a unos amigos a la casa de la playa, antes de venderla quería despedirme de ella; celebraríamos allí la Noche Vieja y la última Navidad. Les propuse que podían venir acompañados, yo, a cambio, y teniendo en cuenta que la cocina no era mi fuerte ni me consideraba una buena gourmet, me esmeraría en preparar suculentos y originales platos.
Sentados a la mesa y frente a mí, Álvaro, recién llegado a la ciudad a quien no conocía ni quité ojo durante toda la cena. Venía con Laura, mi mejor amiga, un tanto compungida porque había roto con Raquel. “Alguien que come con tan buen gusto, tiene que ser un buen amante” pensé de él antes de llegar a los turrones. Y lo comprobé. Apenas una semana más tarde, entre plato y plato, nos estábamos jurando amor eterno.
Cambié de opinión y descolgué el cartel de “Se vende”. Pasábamos días enteros en la casa y como buena anfitriona me afanaba en una faceta que nunca antes me interesó lo más mínimo. Estaba encantada, mi enamorado no le ponía un pero a mis recetas y empecé a sospechar si no llevarían razón quienes aseguraban que a un hombre se le conquista por el estómago.

Se acercaba mi cumpleaños. Aquella mañana marcera se presentó en mi apartamento con dos regalos. El primero, al tiempo que me entregaba un ardiente beso, me lo deslizó en el dedo. El otro, venía envuelto en un papel rojo pasión; en su impresionante portada podía leerse: “Grandes Chefs”

Me quedé de piedra cuando vi que, en la parte inferior con estiladas y doradas letras, aparecía su nombre.

Relato para el concurso de #CuentosdeNavidad de Zenda Libros

http://www.zendalibros.com/concurso-cuentos-navidad/

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