Finalmente, tras diez eternos minutos esperándola, un aroma a jazmín, su favorito, empapa la estancia. Galante, se quita el sombrero, ella ríe cuando lo encaja a la primera en el perchero.
Después del apasionado encuentro, pasea la ciudad embelesado. Su olor, su boca, muerden su cerebro.
De vuelta a casa, y con sigilo, se dirige a la biblioteca, pero su mujer que está tomando el té con unas amigas, le ve pasar y sale a su encuentro. Pregunta por su sombrero, él, sorprendido descubre que no lo lleva puesto.
La anfitriona cuando vuelve a la salita exclama a sus selectas invitadas… “¡Vaya con mi Leo, pronto empieza a destocarse pero sin percatarse! Al son de cucharillas de plata, las risas y bisbiseos se entremezclan en un ritual tan antiguo, como antiquísima es la valiosa porcelana donde lo sirve.
Se recuesta en la cheslong, y de repente escucha pasos. Después unos dedos zalameros agitan su pelo, unos labios susurrantes le dicen al oído…
«Pero ¡qué sorpresa!, esta es tu mansión y ella tu mujercita… que parece haber echado de menos algo que yo tengo, mañana te espero… aunque esta vez, la casa invita».
Enseguida la dama vuelve a la sala, donde seguirá mojando genuinas danesas en un delicioso té de jazmín, su preferido.
Fotografía extraída de la red