Qué hice mal…

En el mismo instante que le sentí dentro,  supe que ese sentimiento perduraría en mi hasta que se me acabase la vida. Es curioso, te lo explican… tu madre, otras mujeres, incluso la amiga que se te ha adelantado, pero solo lo comprendes si lo haces plástico, si por fin, lo vives.

Cuando nació me creí realizada, la más feliz, él ocupaba mi tiempo, mi existir. Era aún pequeño y decidimos darle una hermanita. Pensábamos que a nuestro hogar ya no le faltaba nada… nos equivocábamos.

El día que me insultó, la primera vez, yo le excusé:
“¡Pobre, echa de menos a su padre, cuando crezca se dará cuenta aún es un niño!”.
Pero creció y no cambió, eso y otras cosas que me avergonzaban. Él hacía lo que quería en cada momento. Entraba y salía a su antojo, “yo soy mi dueño”, decía. Con el dinero que encontraba en sus bolsillos… “no te metas, eso es cosa mía”. Traté de inculcarle el sentido común, llevarle por un camino recto. Las idas y venidas al psicólogo eran constantes.

Se convirtió en una costumbre… tenía que hallar mi cartera siempre en el mismo sitio, cuando no, se enfadaba tanto que temía me agrediese. Dentro, algún billete para que él pudiera quitármelo, si estaba vacía se enfurecía podía romper lo que encontrase en su camino.

Mi familia y amigos habían dejado de venir a casa, le tenían miedo.

Intenté todo lo que estaba a mi alcance. Visitamos los mejores centros, no acudía dos veces al mismo si no le decían lo que él quería escuchar. Me engañaba, mi hijo no deseaba cambiar ni curarse. Me costó asumir que él quería ser así, destruir lo bueno y a nosotros. Ya no tenía fuerzas para recuperarle aunque quizá nunca le tuve.


Probé echándole, pero, le admitía de nuevo. Pasaba las noches fuera no dormía en casa. Volvía cuando el alcohol ya mandaba en su cuerpo. Los surcos en sus brazos delataban que también su cerebro tenía dueño, empezó a necesitar más dinero.

Aquella soleada mañana estábamos desayunando. Una figura envuelta en luz, transparente y limpia se coló por la puerta. Emocionada le vi renovado, hasta sonreía… pero ese deseo formaba parte de mi anhelo que se esfumó en el mismo instante en que abriendo la nevera cogió el zumo de naranja y lo vertió por el suelo. Se dirigió a su hermana amenazante… 
“¡Recógelo, puta, si no te voy a meter un par de hostias!”. No se comunicaba, hacía tiempo que solo mandaba, voceaba. Ella, inevitablemente lloraba, eso le hacía más fuerte, creído, dominante. Seguidamente cogió del consabido lugar mi cartera y la vació dirigiéndome una mirada desafiante…
“Quiero más”.
Salió tras de mi. Su respiración agitada en mi nuca alteró mi aplomo. Pero yo seguía en la cocina, con mi hija, que esperaba aterrorizada a que yo volviera a su lado. Por eso para que ella no sufriera lo que irremediablemente ocurriría, le entregué un cheque con una generosa cifra. Extrañado y con mirada triunfante se marchó diciendo…
“Así me gusta, aquí mando yo”.

Al mediodía llegó eufórico, traía consigo un par de bolsas de las que se transparentaban unas botellas. Con voz autoritaria miró a su hermana: 
“Tráeme un vaso con hielo”. Temblaba, ella siempre temblaba cuando él estaba cerca.
Rocé su mano al tiempo que le daba el vaso y le besé con la mirada… el único modo que no podía rechazar. De nuevo esa disimulada seguridad que aplastaba el miedo en mis adentros y que no le daba tregua… “Tranquilo, le dije, te quedas solo, por nosotras no te preocupes, nos vamos de compras”.

Pasamos la tarde por ahí. Mi hija advirtió que yo estaba rara que nunca me había visto así. Ella en cambio estaba feliz, como siempre que estábamos fuera.

Al llegar a casa me metí en su cuarto y cerré la puerta. Apagué la luz. Subí la persiana y al abrir la ventana, un aire nuevo entró en ella. Cogí sus manos, las besé. Ya no podía negarse. Le cerré los ojos.

De vez en cuando entramos en su habitación, nos sentamos en su cama, nos miramos, en silencio…

 

16 comentarios en “Qué hice mal…

  1. La historia es para poner los pelos de punta a cualquiera y más cuando se trata de un hijo que se empeña en destruirlo todo…
    Está tan bien narrada que has conseguido que me metiera en la piel de la madre que, por fin, pudo dar el beso (de despedida) a esa persona que se empeñaba en no ser feliz.
    Aún tengo los pelillos como escarpias.

    Durísima historia, Rosy.

    Un beso, guapetona y ¡a seguir!

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  2. Cuando la he leído me ha recordado a una de esas historias que cuentan en uno de esos programas de televisión que se llama,»hermano mayor», solo que aquí tiene un trágico final. Muy bien contada.

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  3. Podría decir muchas cosas, pero como no sé hasta qué punto es una historia ajena a ti, mantendré mi ímpetu y mi mala hostia. ¿Buscar fallos? Las personas se componen de su propia personalidad (carácter, temperamento) y de la educación con unas normas y valores. Si falla alguna de estas dos cosas -y es algo que ocurre cada día en miles de familias- el resultado puede ser éste. Me parece injusto que lo pague, en este caso, la hermana. Y si hay algo que me enerva es la cobardía de estos pequeños dictadores. Pero, como te he dicho, prefiero mantener un discreto silencio.

    Un besito.

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    • Por suerte para mi, esta es una historia sacada de mi imaginación.
      Eres un cielo, primero por esa cautela tan inteligente, después por esa indignación a ese tipo de personas…que son más de las que salen en las medios.
      De todos modos sí que quería hacer hincapié en algo que no sé si se «ve» como yo pretendía en esta historia, que es esa «determinación desesperada y el fatal desenlace» unidos sin remedio, de una madre por salvar la vida de su hija y la de ella misma.
      Un beso enorme

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  4. Joder! que bueno, y que malo, es duro ser padre y que ocurra algo así, incontralable, dañino contra su propia familia, ¿qué hacer?…espero no tener nunca que pensar en ello.

    El texto está genial, esa sonrisa que le sale a uno en el primer párrafo pensando en ese día en que fué padre (a miles de millas de saber lo que es ser madre), y de repente, zás! notar esa agonía de una madre a la que la contradicción la mata por dentro.

    A sus pies!

    Un abrazo!

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  5. Una historia impactante, nadie quisiera verse en el lugar de la madre, ni tampoco en el del hijo, y quién sabe como reaccionaríamos.
    Es la primera vez que te visitaba, pero me ha gustado tanto el relato que me quedaré a visitarte muchas veces mas.
    Un saludo.

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  6. A veces pasan cosas y por desgracia, nadie tiene la culpa. Hay problemas que nos desbordan y al final, cada uno es responsable de sus actos. El amor a veces se expresa de formas aparentemente tan contradictorias… Son reflexiones que me nacen de este duro relato.

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