Herr Klaus

Cuando despertó todo le era extraño. Por un gran ventanal, entraban los rayos de un entrometido sol que le obligaba a cerrar los ojos.

El aire sabía a desinfección.

Se hallaba en una cama que le era desconocida.  A su derecha, no muy lejos, otra cama igual. A su izquierda un armario. Por la puerta abierta, asomaba una vieja maleta, sobre ella un sombrero. Del pomo colgaba una cachaba, se apoyó en ella. Con paso vacilante se acercó a la ventana. Miraba de un lado a otro, cuando alguien se le acercó… 

-¿Qué hago yo aquí?

– Buenos días, Herr klaus, ¿Qué tal ha dormido?

Huérfano de educación y con ceño cabreado: 

-¡He preguntado, que qué hago aquí! 

Con el temple de quien está acostumbrada a los antojos de la hosquedad…

– Le trajeron ayer, ya lo sabe. Aquí tiene sus pastillas, para el dolor.

Sabía quién le había traído, también dónde estaba… 

Lo que no recordaba era por qué.

 Las pastillas, el dolor…

no era el cuerpo lo que más le dolía.

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