Escucha la televisión mientras lava los platos. El ruido del agua la transporta al río de su niñez, entonces, sentada en la orilla desdibujaba la luna con el «palante y patrás» de sus pies. Le salpicaba el agua, templada, suave.
A sus oídos llega la palabra arte.
Ella es una apasionada de Sorolla, de Rodin, de Yepes. Absorta, gira la cabeza hacia el televisor, pero ¿dónde están las imágenes de mujeres paseando por la playa, o la de esos amantes desnudos fundiéndose en un beso?, ¡Tampoco oye al músico sonar con su guitarra el Concierto de Aranjuez!
Se seca las manos, va en busca de sus gafas.
Una mueca de horror invade su rostro, abre los ojos de par en par, se lleva las manos a la cabeza, mientras un gemido desesperado, colérico, asoma a su garganta.
¡Un hombre está atravesando con una espada la parte baja del cuello de un animal, hiriéndolo, torturándolo!
Se oyen voces, música, aplausos. La sangre le resbala destacando sobre su cuerpo negro y cae al suelo, agonizante.
No ha llegado a tiempo de ver algo artístico, laudable, bello… pero sí, el martirio a ese animal lastimero.

Certera como siempre. Dando en la diana. Cuando oigo prostituir la palabra arte a determinada gente, hay veces que pienso si realmente entenderán lo que les quiero explicar. Efectivamente, no lo entienden y al final siempre acaban justificando su atrocidad por cuestiones económicas. MISERABLES
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Los que pretenden hacernos creer que hay belleza en algo tan atroz, ¿serán capaces de encontrarla donde realmente existe?.
Un beso compañero.
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